¿No quieres a tu bebé?


Tener un hijo es algo con lo que he soñado desde pequeña y hacerlo realidad con mi chico fue el regalo más grande que él pudo hacerme, por eso nunca me imaginé que iba a decir en voz alta que yo no quería a mi hijo en mis primeros meses de embarazo. Pero es más normal de lo que crees si tienes un primer trimestre como el que tuve yo.

Os voy a contar cómo estaba yo y entenderéis por qué digo esto.

Antes de hacerme el test de embarazo solo tuve dos síntomas que hasta que no supe que estaba embarazada no los asocié a mi estado. El primero era sueño, tenía mucho más sueño de lo normal, pero lo achacaba al calor de la isla y al trabajo. El segundo era que hacía pis cada dos por tres, teníamos que interrumpir un capítulo de una serie dos veces para ir al baño. Pero lo achacaba a la comida. Hasta ahí todo bien.

Mi madre no vomitó con ninguno de sus cuatro hijos, ni mis tías, ni primas... así que di por hecho (error) que yo sería igual, es más, ni se me pasó por la cabeza que podría pasarme a mi. Me parecía muy prototipo de embarazada de películas...

Al llegar al segundo mes empezaron los síntomas y con ellos unos sentimientos que me hicieron sentir tan culpable que me los guardaba para mi. No estaba tan feliz como me esperaba, no podía decir en voz alta eso que dicen todas las madres de “quieres a tu hijo desde el primer momento que sabes que lo llevas dentro”. No es que lo odies, pero tampoco lo quieres desde el principio si estás hecha mierda todo el día...

Yo vomitaba una media de tres veces al día, a veces por el mero hecho de oler a mi marido. Dicen que las náuseas y los vómitos son un síntoma de las embarazadas, pero yo creo que el síntoma es el olfato más desarrollado de lo normal y la consecuencia de ese síntoma es el vómito. Tiene lógica, ¿no? Y si eres de las mías, que ya de por si lo tienes desarrollado y se te desarrolla aún más con el embarazo... pues te mueres.
Tenía el olfato tan fino que cualquier olor se multiplicaba por 10.000, y era tan fuerte que se convertía en desagradable y me provocaba vómitos. Si alguien abría la nevera, yo, aún estando en el lado opuesto de la casa, lo olía. No era capaz de cocinar nada porque cuando cogía las verduras de la nevera vomitaba. Recuerdo que concretamente el puerro me repugnaba. Cambié tres veces de detergente porque olían “demasiado fuertes”, incluso compré los detergentes de bebé que se supone que huelen menos, pero nada. Mi marido tenía que ventilar la habitación antes de ir a dormir porque la madera de los muebles olía “muy mal”. Y lo mismo con la cocina por las mañanas. Cambié de champoo cuatro veces y a día de hoy no puedo olerlos. Si se acercaba mi marido me daba una arcada. Aguantaba la respiración para abrazarlo. Fue muy duro. Dicen que esto del rechazo al hombre es normal, es instinto animal, porque como ya estamos embarazadas no necesitamos al hombre para nada. Que turbio, no?

Hasta que un día, en unos de mis miles de Skypes con mi hermana mayor, le confesé llorando como una enana que en verdad no estaba tan feliz como se suponía que tenía que estar. ¡Fue lo mejor que hice! Resulta que habló con una amiga suya y le dijo que ella tuvo ese mismo sentimiento pero que no lo contó. Al poco tiempo se lo conté a una amiga, que tenía a su vez a otra amiga que había pasado por lo mismo pero que tampoco lo había contado... Y así con dos personas más. Y entonces me enfadé, ¿cómo es posible que normalicen que el embarazo es el estado más bonito en el que vas a estar nunca cuando eso no es verdad? (Al menos durante los meses que tengas síntomas tan molestos que limitan tu vida diaria).

Hice un esfuerzo mental muy fuerte para superarlo, porque también es cierto que la mente juega un papel súper importante en todo esto. Me decía a mi misma que no podía estar así, que era una inútil, que no podía vomitar tanto. Y entonces, estando de buen humor, comiendo algo que no me olía mal y que encima me apetecía mucho, de pronto, vomitaba. Como una niña pequeña, así, sin avisar, echaba todo lo que había comido, al lado de mi marido que estaba comiendo, imagínate el asco. Otras veces me daba una arcada y me decía mi marido “¡aguanta, aguanta, que tu puedes!”, yo aguantaba, ni me acercaba al baño y ¡zas!, vomitaba en el suelo.

Era incontrolable. ¡Una vez el olor de mi propia caca me hizo vomitar! No cago flores pero no tengo tan mala digestión... Otra vez alguien en el supermercado se tiró un peo y casi vomito del asco. Generalmente un peo ajeno da mucho asco, pero yo por lo menos no llego a vomitar por eso.

Y entonces lloraba. Lloraba porque no era una persona útil, no podía ni abrir la nevera sin vomitar. Lloraba porque me encontraba mal. Lloraba porque no podía leer a mi que tanto me gustan los libros, me mareaba. Ni ver series, ni mirar el ordenador... Lloraba porque acercarme a mi marido me daba literalmente arcadas, y pensaba ¿y si no vuelve a gustarme su olor? Yo, que soy tanto de olores, que todo lo huelo y viajo en el tiempo con ellos, yo que adoro las velas de olores, los perfumes, el incienso, ambientadores... Lloraba porque lo normal es vomitar y encontrarte bien, pero embarazada vomitas y sigues encontrándote mal. Lloraba porque me daba cargo de conciencia quejarme, al fin y al cabo todo era por una buena razón: un hijo. Y no todo el mundo puede tenerlo, ¿cómo me iba a quejar yo? Lloraba porque perdía peso en vez de ganarlo. Lloraba porque no podía ir a cenar a un restaurante porque me daba vergüenza vomitar y darles la comida a los que estuvieran allí. Lloraba porque encima pillé una bacteria en el intestino y tenía unas diarreas horribles. Es decir, me iba de vareta por arriba y por abajo. Y me dieron antibiótico. Y me salieron hongos por los antibióticos. Lloraba porque todo el mundo me decía “¿a que ya lo quieres, aunque solo tenga 8 semanas de vida?” y yo contestaba que sí pero sentía que no. Lloraba porque no disfrutaba de mi esperado embarazo.

¿Cómo iba a querer a ese parásito que me hacía vomitar de esa manera? ¡Tenía la garganta reventada! Me encontraba fatal, mareada, rodeada de olores asquerosos, cansada, incapaz de ver cosas de bebés porque lo repudiaba. Estaba enfadada, nadie me había contado que esto era así, yo me esperaba la felicidad que veía en otras madres diciendo “tengo un poco de nauseas, pero estoy feliz”. Pues no, no eran un poco de náuseas y no estaba feliz, estaba harta.

Hasta que lo asumí, y cuando lo asumes lo llevas mejor. Decidí decirlo en voz alta. Decir sin pudor y sin cargo de conciencia que esos meses estaban siendo insoportables, pero con un tono de humor para animarme a mi misma. Si alguna amiga mía me llamaba para ver qué tal, le decía sin tapujos que estaba hecha una mierda y que ¡viva la maternidad! Todo entre risas, pero diciendo la verdad, porque no quería que ninguna de ellas se sintiera tan mal como me sentí yo al pensar que esto del embarazo era una mierda, estaba subestimado, que me habían timado y que vaya parásito el que tengo. Ay, que bien se queda una. Algunos me decían que cómo podía decir esas cosas y yo contestaba con una sonrisa que esa era mi verdad, mi experiencia, que ya estaré más contenta cuando me encuentre mejor. Punto. Oye, y resulta que no es solo mi experiencia, hay muchas mujeres que tienen este sentimiento.

¿Qué hice para intentar mejorar la situación, aparte de hablar sin tapujos?

Empecé a esforzarme en cambiar lo que me daba asco en vez de en no vomitar. Me lavaba el pelo una vez a la semana (no me juzguéis), a veces no cambiaba las sábanas para que no oliesen a limpio, que es olor a detergente básicamente. Me ponía un trapo en la cara para abrir la nevera o la despensa. Dejé de ir al supermercado para ahorrarme el sufrimiento. No me lamenté más en no poder salir a un restaurante. Asumí mi estado y me lo tomé lo mejor que pude. Vi videos de Samanta Villar y su embarazo. No fui tan egoísta con mis pensamientos porque hay gente que está mucho peor que nosotras, y que encima, no van a tener la recompensa que tendremos nosotras después de pasarlo así de mal. Pensé en los que pasan por una quimioterapia. Decidí aprender a vivir así, a reírme con mi marido después de cada vómito y decir “¡ea, que a gusto me he quedado!”. Decidí dar gracias porque “solo era eso”.

Párate un segundo a pensar en todas las cosas malas que te pueden pasar, ¿es esta la peor? Creedme, no lo es. Así que trata de ser todo lo positiva que puedas ser (tardarás, no lo consigues a la primera) y saca fuerzas de donde puedas. De este post, de un vídeo, de un libro, de una película, de una conversación con alguien...

Tranquilas, se pasa. Después vienen otras cosas/síntomas que ya os contaré en otro post. Pero estos pensamientos tan negativos se pasan y de pronto te encontrarás fenomenal y serás de esas madres que gritan a los cuatro vientos lo bien que estas. Y las que están mal se sentirán fatal al oírte y les dará cargo de conciencia, pero a ellas también se les pasará. A mi se me pasó en el cuarto mes, algunas cuando dan a luz, y todas, todas, todas, han dicho que ha merecido la pena. ¿Será por algo, no?

Lo importante, amigas, es compartir los sentimientos sin miedo y normalizarlos.

Mucho ánimo!


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